17 de septiembre de 2012

¡Retomando el blog!

          Ahora que ha acabado el verano y paso más tiempo en casa he decidido volver a retomar este blog y seguir publicando algunos de mis avances. A lo largo de todo este tiempo ha cambiado mucho la idea general que tenía pensada para este libro. Si me seguís de forma asidua podréis descubrirlo todo, poco a poco.

Para compensar la falta de actividad, os dejo una pequeña conversación entre Myna, la protagonista de la historia y su compañero Harv, con quien trabaja.



—¿Te crees que puedes llegar cuando te da la gana? Y no es la primera vez que me haces quedarme aquí más de lo necesario. — sentenció.
— Lo siento, lo siento. Hubo un pequeño incidente en la plaza y tuve que intervenir — mintió Myna.
— La semana pasada fue un altercado entre vecinos, hoy un incidente en la plaza. Mañana vendrás diciendo que una mosca te acorraló en tu casa. — Harv soltó una sonora carcajada y se giró dispuesto a marcharse.

Myna cubrió la distancia que los separaba de una zancada, le agarró de la mano y puso la cara más adorable que pudo:
—¿Verdad que no dirás nada al capitán? ¿Verdad, verdad, verd..? — Harv la interrumpió con un gesto de la mano.
—No diré nada, pero recuerda que mañana acabaré con hambre la guardia. Uno de esos panes que sueles traer no me vendría nada mal, — le lanzó una mirada cómplice — ya nos veremos mañana.


Un saludo a todos :)

9 de febrero de 2012

Continuación: La ciudad de Dehtoya

En las calles de Dehtoya abundaban los comercios locales. Estos estaban repartidos de manera uniforme por toda la ciudad, excepto el centro, reservado para comercios mucho más selectos. El centro de la ciudad estaba abarrotado por mujeres de comerciantes de éxito, burgueses y algún que otro ratero intentando posar sus manos en cualquier cosa ajena.
— ¡Al ladrón! —  Myna se dió la vuelta al instante. Vió como una mujer había caído de espaldas en medio de una gran multitud de gente y un instante después, un niño al que Myna no echó más de 10 años, salió corriendo en dirección a los callejones. Las mujeres murmuraban indignadas, mientras dos hombres, ayudaban a levantarse a la mujer que había caído al suelo. Myna sonrió disimuladamente. Sabía que aquello no estaba bien, pero le encantaba ver como esas ricachonas perdían bolsos y joyas a diario.